Las plagas más habituales son las relacionadas con la presencia de alimentos y las generadas como consecuencia de los desechos de la actividad humana.
Las peculiaridades del patrimonio natural andaluz favorecen también, dependiendo de la climatología y de la época del año, la presencia de mosquitos (ligados a la extensa red de humedales costeros), la bacteria Legionella, pulgas, abejas, avispas o garrapatas, termitas y chinches de la cama.
Frente a las plagas, existen profesionales expertos en la protección de la salud pública y el mantenimiento de la calidad de vida, que se encargan de hacer frente a la acción de plagas que transmiten enfermedades y contaminan nuestro entorno.
Las plagas más habituales en Andalucía son las afectadas por roedores, cucharas, hormigas y moscas. Paralelamente, en los últimos años, se ha observado un notable incremento de estos procesos en las zonas turísticas motivados por chinches, bacterias, insectos xilófagos y mosquitos.
Las plagas urbanas no sólo acarrean graves molestias sino que tienen graves consecuencias en la salud pública y en el medio ambiente. El cambio climático, con inviernos cada vez más templados y ciclos reproductivos más cortos, y el tráfico internacional de mercancías y de personas se suman ahora a los factores tradicionales de expansión de especies que representan algún tipo de riesgo para la salud, el bienestar de los ciudadanos y la biodiversidad.
Al margen de los efectos sobre las personas y las áreas urbanas, el impacto de este tipo de plagas en Andalucía tiene una especial relevancia en el ámbito de la agricultura y los cultivos de plantas destinadas directamente al consumo humano, dada la alta extensión de terreno que se dedica a este fin en nuestra comunidad. Cuando una plaga ataca una explotación agrícola, los daños y perjuicios son cuantiosos y merman notablemente la economía de la zona.
Andalucía no es ajena a esta realidad, y por ello, la Administración y el sector de control de plagas andaluz trabajan conjuntamente para combatirla. Andalucía se enfrenta a nuevos retos en el control vectorial, predecibles por la constatación de cambios ecológicos ligados al clima y a la introducción artificial de vectores y reservorios (espacios o animales portadores), que se abordan de forma integrada, tal y como recoge el Plan de Salud Ambiental.